lunes, 14 de marzo de 2016

Carta a un padre

Padre.

Si, viejo, empiezo así, con un frío y seco "padre", no un apreciado y menos con un querido padre. Sólo padre. No puedo hacer nada al respecto. Tampoco puedo cambiar el hecho de que hayas muerto hace poco más de cinco años; mentiría si te dijera que recuerdo perfectamente la fecha y las circunstancias. Mi memoria no guarda bien los detalles de tu pérdida. Lo que, sin embargo, siento como si fuera una herida abierta y sangrante es tu ausencia. La he sentido hace mucho más de cinco años viejo. Ahora en la pocilga en que me encuentro he hallado el momento perfecto para hablarte. Para que me escuches, porque estoy seguro que incluso ahora, si te lo propones, te sería más fácil escucharme de lo que fue cuando tú en vida ignorabas que hablaba en tu ausencia. Hablaba de tu ausencia, viejo; de tí, jodido viejo, de ti y tu indiferencia.

Me pregunto si alguna vez te preocupaste por otra cosa que no fuera tu trabajo, tus mujeres, tus amigotes y que yo simplemente este ocupado en cualquier cosa, sin hambre. No sé si alguna vez tuviste inquietud de saber lo que pensaba, conocer mis sueños, mis planes, mi dicha y mi desgracia. Ya no recuerdo cuándo dejaste de ser el héroe de la alegre vida del infante que fui, para convertirte en el extraño sujeto con el que intercambiaba un par de frases de vez en cuando. El extraño sujeto cuyos abrazos tenían el poder de convertirme en una almohada. Una inerte y asquerosa almohada, sin sueños, ni planes, ni nada.

Ahora ya no tiene sentido recriminarte, traducirte en palabras esto que, desde hace un par de párrafos, ha comenzado a invadirme, desde mi triste bóveda de recuerdos hasta el extremo más distante de mi ser. No podría hacerlo, sin perder la cordura ni abandonarme en esta mezcla de resentimiento, cólera, odio y —no puedo creerlo— cariño. Cariño padre, ¡cariño! ¿me oyes?, fuiste perverso. Pero no puedo perder el control hoy padre, no como otras veces. Todo esto ya no tiene sentido porque ahora el ser inerte y asqueroso, es otro.

Lo que hoy vengo a decirte mis descubrimientos. Nada nuevo, sin embargo. En el fondo me pudiste enseñarme algo, mucho en realidad. Todas las cosas que un padre no debería hacer jamás, que por lo menos debería tratar de no hacer. Eso ha quedado indeleble en mi mente. Tu legado. También —y esto tampoco es novedad— debes saber que fue tu ineptitud, esa que puso en evidencia todas las virtudes de mi madre, la que me hizo apreciar la vida. Y es que en la imagen de mi madre pude apreciar lo grande que uno puede llegar a ser. Atestiguar tal grandeza ha sido como presenciar un milagro. Un milagro que a fin de cuentas ha conseguido cambiar completamente mi perspectiva de la vida, de mi lugar en el mundo. Un milagro que me impulsa a abandonar esta pocilga que es mi vida.

Eso es todo viejo. Aprovecho esto para despedirme, abandonando tu recuerdo —o mejor, abandono el dolor que me producía—, con la tranquilidad, de que al menos hoy, por una vez en la vida pude hablarte, como siempre quise. Chau padre, así me despido, tengo un nuevo mundo que conocer, que descubrir, que amar y también odiar. Aunque esto último, sabes, hace mucho me lo enseñaste.

Se despide, tu resentido hijo.

La pocilga de donde saldré, 14 de marzo del 2016.

2 comentarios:

  1. Me ha impresionado tu carta a un padre por su dramatismo y amargura, no se si es real o no, pero la entiendo perfectamente porque yo he sufrido en mis propias carnes la indiferencia de unos padres demasiado egoistas para pensar en alguien que no fuese ellos mismos. Ya no están y allá donde estén, espero que estén bien.
    Abrazos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tus palabras Julia. En la carta hay un poco de todo, mentiría si dijera que no hay pizca de realidad. En ella quería expresar la rivalidad que aveces aparece entre padres e hijos, o en general entre viejas y nuevas generaciones, a medida que lo nuevo crece y va desarrollando su personalidad, su propio juicio. Para bien o mal esto sucede y mucho. Pero al final de la carta también quise hacer notar una luz de esperanza con la aceptación y posible superación del hijo, del nuevo hombre y, tal vez, del futuro padre.

      Eliminar