Después de meses de no pasar por estos lares, y con una extraña certeza
de ser leído por alguien, regreso a mi, hoy, algo más amigable silla de
metal que ahora está provista de una especie de alfombra multicolor que la hace lucir un tanto cálida; reubicado ahora en un enorme escritorio de eucalipto frente a mi cigüeña de cuatro patas y a mi barco embotellado, alejado de las frías ventiscas que se cuelan por debajo de mi puerta, debo confesar, como seguro ya es evidente, que me encuentro algo más animado que de costumbre.